jueves, 8 de noviembre de 2012

Matías.

Una de las personas que nunca olvidaré es mi abuelo Matías. Murió cuando yo tenía tan sólo 6 años, pero le recuerdo perfectamente. Me acuerdo de cómo me cogía a caballito en sus hombros y de cómo se emocionaba con la música clásica. Me acuerdo también de las excursiones que hacíamos al parque de atracciones y de que nos compraba chicles en el kiosko de debajo del portal. Su mirada era tranquila y a la vez alegre y creo que de no ser por él, mis hermanos y yo no seríamos las personas que somos hoy.

 Recuerdo también el día de su muerte. Mi familia y yo vivíamos en Inglaterra por aquel entonces y ese día mis padres iban a hacer un viaje a Francia. Al despertar, bajé a la cocina y me di cuenta de que mis padres aún no se habían ido. Sin muchas explicaciones, me dijeron que iban a ir a España porque el abuelo Matías había muerto. Fui llorando a buscar a mis hermanos para decírselo. Recuerdo subir las escaleras enmoquetadas con la visión borrosa por culpa de las lágrimas. No entendía cómo una persona se había marchado del mundo sin avisar y sin decir adiós. Pensar en que no volvería a verle en toda mi vida me rompía el corazón.

 Mi hermana Marta -de un año menos-  y yo, a pesar de nuestra edad, nos dábamos cuenta de lo sucedido y estuvimos mucho tiempo (o al menos se me hizo eterno) abrazadas esa mañana entre llantos y sollozos. Esa misma tarde cogí el primer papel que encontré (un post-it azul que había en el cuarto de mis padres) y con un boli de tinta negra, escribí con mi caligrafía de niña pequeña: "Matías, te quiero". Después salí al jardín y estuve largo rato tirando este papel en dirección al cielo; no conocía las leyes de la gravedad y creía que con la fuerza suficiente, el papel sería atraído de alguna forma por el viento y llevado allí arriba, donde supuestamente se encontraba mi abuelo. Quería que mi abuelo supiese lo que le quería y cuánto le iba a echar de menos. Hace dos años escribí una carta dirigiéndome a él, a ver qué os parece...

"Te fuiste. Así, de repente, sin avisar. Ahora estás "en un mundo mejor", como solías decirnos. A veces pienso en lo que podríamos haber conseguido juntos si tú siguieras aquí. A veces pienso en tu sonrisa, en tu dulce mirada de comprensión y en tus abrazos. Recuerdo ese "¡Hola pequeee!" que me dabas todas los fines de semana que nos veíamos. Recuerdo las castañas que nos comprabas paseando por Madrid. Recuerdo tu cara cuando te emocionabas al escuchar música clásica y el día en el que me enseñaste a montar en bici. 
Ella, con la que pasaste tantos años, a veces me mira, sonríe y suelta una lágrima. Me acerco y me cuenta cosas sobre ti. Siempre dice que le gustaría que estuvieses aquí con ella para ver lo que hemos crecido; Para que veas que somos personas bellas por fuera y por dentro
Sé que estarías -y que estás- orgulloso de todos nosotros, tus nietos, al vernos aprovechando bien la vida. 
Y entonces, es cuando doy gracias a Dios, porque todo lo que somos, lo somos gracias a ti."









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