martes, 6 de noviembre de 2018

Él.


Desde pequeña he tenido la suerte de poder recibir clases de piano, clases de canto, clases de equitación y de voleibol entre otras, pero nunca he continuado con ello como para ser una experta en dichos ámbitos. El problema, quizá, es que no tengo la costumbre de cultivar mis dones.

He bailado bajo una lluvia de regalos desde que nací y admito que hasta ahora no me había dado cuenta de ello. Hoy mismo y aquí, en agradecimiento a todo lo que me ha sido regalado, me propongo vivir mi vida con más intensidad que nunca, cultivar los talentos que Dios me ha dado y compartirlos con el resto del mundo.

Y me propongo todo esto gracias a un chico.  Se trata de un chico especial.

Su tez blanquecina—que se vuelve tostada en los días más largos del año—está salpicada de incontables lunares de distinto tamaño. Su cabello es de color carbón, fino y suave.

Sus ojos: verdes. Sólo un 2% de la población mundial tiene los ojos verdes.

Sus manos: zurdas. Sólo un 10% de la población mundial es zurda.

Labios carnosos y sonrisa de colmillos afilados, tal y como a mí me gusta.

Cuerpo atlético y fuerte, pero incapaz de dañar a nadie.

Sus manos; vuelvo a sus manos. Expresivas y de gesto delicado. Si uno se fija, verá que tienen tendencia a levantar ligeramente el dedo meñique cuando agarran un objeto.

Enamoran.

Durante los últimos cinco años de mi vida este chico me ha enseñado a amar, y este es el regalo más grande que una persona puede recibir. Es regalo porque uno lo recibe, y a la vez también lo puede entregar. Es regalo porque produce un efecto tal en la persona que lo recibe, que hace que ésta quiera compartirlo con el resto del mundo.

Saber amar es saber compartir el amor.

¿Su nombre? Ignacio. Una vez leí que significa algo así como ‘nacido del fuego’. Y así es: Ignacio es puro ardor. Transmite calor, ternura, y con ello, amor. Ignacio es confianza, risas y profundidad, todo en uno.

E Ignacio es mío. Qué suerte tenerle. Conozco a varias personas a las que les gustaría tener un Ignacio en su vida. Por ello, me propongo cuidarle para que no me lo quiten. Pero no cuidarle y esconderlo, más bien al contrario: compartirlo y demostrar ante todos que sigue existiendo gente buena en el mundo, gente que merece la pena conocer. Quiero protegerle y amarle siempre. Quiero cuidar lo que he recibido y cultivarlo. Cultivarme a mí, y cultivarle a él. Cultivar juntos nuestro amor.



Ignacio me hace mejor persona.



Gracias, Ignacio.